«Que su impulso consistiera, sin embargo, en ponerse en pie de un brinco y contestar el teléfono –que pudiera traicionar tan a la ligera todo un día de arduo desperdiciar el tiempo– ponía muy en tela de juicio la autenticidad de sus padecimientos. Pensó que le faltaba capacidad para quedarse sin volición y perder por completo el contacto con la realidad, como hacían todos los deprimidos en los libros y en las películas. Pensó, mientras quitaba el sonido del televisor y acudía corriendo a la cocina, que estaba fracasando hasta en la mísera tarea de fracasar como es debido.»
Las correcciones
Jonathan Franzen
Traducción de Ramón Buenaventura
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